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La opinión de Paco Lloret: «Crónica de un club a la deriva, 1ª parte»

Paco Lloret

El Valencia entró en el siglo XXI de la mejor manera posible. En un lustro ganó dos Ligas, una Copa, una Copa de la UEFA y accedió a sendas finales de Champions. En 2004 fue nombrado por la FIFA como el “Mejor Club del Mundo”.  Aquel ciclo glorioso, jalonado con otros títulos como una Supercopa española y otra continental, fue el preludio de un estancamiento institucional que, posteriormente, degeneró en una aguda crisis económica. El Valencia fue víctima de los delirios de grandeza y de la megalomanía de sus rectores. Lo pagaron con creces y dejaron a la entidad muy tocada. En el otoño de 2007, la crisis financiera e inmobiliaria dictó sentencia. 

El Valencia capeó con dignidad los años posteriores. Fue el tercero en tres temporadas consecutivas cuando el Barça y el Madrid vivían en otra dimensión. Bankia, una entidad nacionalizada, y una clase política acorralada por la corrupción, movieron pieza al unísono y obligaron a vender la mayoría accionarial. El proceso se desarrolló de la peor forma posible. Las coacciones estaban a la orden del día. La demagogia campaba a sus anchas. Amadeo Salvo, el presidente del club,  fue el responsable máximo de esta atmósfera enrarecida. Así se preparó el desembarco de Lim en Valencia en el verano de 2014. El singapurés fue presentado como un inversor que iba a potenciar sin límite al club de Mestalla para disputar la gloria a los mejores de Europa. El discurso caló entre unos seguidores convencidos de que les había tocado la lotería. Su ingenuidad se vio pronto estafada.

Luis García Berlanga, gran seguidor valencianista, ya lo contó en “Bienvenido Mister Marshall”. De la ilusión a la decepción. El inversor era, en realidad, un especulador y el club estaba al servicio de sus intereses. A excepción del período comprendido entre 2017 y 2019, cuando Mateu Alemany, Marcelino y Longoria dirigieron el Valencia con gran acierto para alegría general y honrar la celebración del Centenario, el resto de ejercicios han estado marcados por la mediocridad. El 11-S de 2019 se dinamitó el único proyecto creíble y coherente de la etapa de Peter Lim como máximo accionista. El club se halla ahora mismo a la deriva y en caída libre en todos los frentes. Tan sólo aguanta una hinchada leal que, consciente de la gravedad del momento, se ha posicionado de forma incondicional al lado de sus jugadores, un entrenador concienciado y ligado a la entidad en los años felices y una plantilla en la que sobresale el talento de los más jóvenes.

Lim ha hundido el Valencia en la miseria más absoluta, lo ha desintegrado y lo ha relegado al papel de comparsa. Acuartelado en Singapur, ni está ni se le espera, ha ido expoliando la plantilla cuyo valor se ha hundido a valores mínimos. La vergonzosa política de refuerzos ejecutada este verano es la prueba más fehaciente. Con este panorama tan desolador, no es de extrañar que haya una fuerte oposición entre los aficionados y surjan asociaciones como Libertad VCF  que han creado un grito de guerra: “Peter, vete ya” y que exhiben en Mestalla y en los desplazamientos sus cartulinas amarillas con el lema: “Lim go home”.

El futuro se presenta incierto. El valencianismo suspira por la salida de Lim. La clase política está obligada a defender, con la ley en la mano,  a una sociedad que no entiende como sigue campando a sus anchas quien ha incumplido con los compromisos adquiridos y ha desafiado a las instituciones sin rubor. Sin duda, el Valencia, cuarto club en la clasificación histórica del fútbol español, vive el peor momento de su existencia. La principal esperanza para esquivar esta coyuntura se fundamenta en su capacidad secular para salir adelante en los trances más comprometidos. Los próximos meses se antojan fundamentales y el asunto de Mestalla resulta crucial. La próxima semana lo abordaremos.

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