Carlos Egea
Ha pasado desapercibido, el personaje es tan ridículo, que al final no somos capaces de darnos cuenta del daño que le está haciendo al Valencia. El otro día sin sonrojarse dijo con una sonrisa que brilla más que un amanecer, que se estaba dejando la vida por el club. Es Corona, el director deportivo de un club histórico que desde su llegada deambula entre la pena y la indignidad. Es el trabajador ideal para un dictador como es el máximo accionista de la entidad. Torpe, engreído, pelota… deambula entre abrazos fingidos y sonrisas cínicas. No pinta nada y lo escuchas y parece que dirija la NASA. Siendo todo terrible paso desapercibido un detalle el día que el equipo debutaba en Mestalla contra la Unión Deportiva Las Palmas.
Tras una campaña asquerosa del nacional madridismo la afición de Mestalla fue crucificada, insultada y vejada por un racismo inexistente y por una serie de circunstancias que dañaron de forma muy grande nuestra historia y nuestro nombre.
En ese primer partido la vergüenza llenó la zona de animación de brazaletes y pancartas con mensajes grandilocuentes y folclore repugnante. Dos mil aficionados purgaron su pena fuera del estadio. Y el personaje fue entrevistado y no se le ocurrió mejor idea que ponerse el brazalete en la entrevista.
Sin sonrojarse, sin nada. Un brazalete que humillaba a su afición y rendía pleitesía a sus verdugos. Siempre con el poderoso, siempre con el poder. Una más, no será la última porque hay seres humanos que son capaces de superarse sin ningún sonrojo.